La Taberna San Cristóbal es uno
de esos lugares con solera por los muchos años que lleva presente en el
panorama gastronómico cordobés, pero no resulta ser uno de los lugares más en
boca para los cordobeses. Como ya ocurre en otros casos, el situarse fuera de
la zona más turística de la ciudad sin duda juega en su contra. De ahí que
haberse hecho un hueco entre los muchos foráneos que nos visitan y un nombre casi
fijo en algunas guías gastronómicas de
renombre, habla muy bien del buen hacer de este lugar.
La experiencia para el que acuda
por primera vez a este establecimiento del barrio de Ciudad Jardín, no dejará
de ser curiosa. Para empezar, su aspecto exterior que pasa por ser la del típico
bar de barrio, dicho esto sin desmerecer a nadie. Esto nos debería hacer
reflexionar cuantos excelentes lugares, desde el punto de vista gastronómico,
nos estaremos perdiendo. Pero es un hecho, desde la calle nada llama la
atención más allá de las dos barricas que franquean su entrada. No da sensación
ni de taberna tradicional ni de local vanguardista (esto último sin duda que no
lo es). Al acceder a su interior encontraremos un espacio rectangular y algo
estrecho, con una barra que recorre el lateral izquierdo y una serie de mesas pegadas
a la pared derecha, dejando entre ambas un pasillo. Finalmente al fondo, queda
a la vista una gran pantalla de televisión especialmente apta para ver los
partidos de fútbol. Hasta aquí nada destacable. En cuanto decimos que tenemos
una reserva o que queremos una mesa para comer, nos indicarán que pasemos al
salón que ya se intuye al fondo. Recorreremos el pasillo central y finalmente
accedemos a un espacio completamente diferente: se trata de un salón repleto de
motivos taurinos, fundamentalmente cuadros y carteles, y mobiliario en madera.
Nos conducen hasta nuestra mesa. Todas están enteramente preparadas con su
mantel de papel sobre el que se disponen cubiertos, platos, copas y servilletas
también de papel. También una especie de jarrón que en su interior contiene
algo que simula ser un par de banderillas. Muy acorde a la decoración. Por
último destacar que a la vista encontraremos parte de su bodega con una
interesante variedad de tintos y blancos de la tierra, y como nota curiosa un
reloj de pie antiguo que puntualmente marcará con su sonido las horas al
comensal.
Visitamos el lugar para una cena
y llegamos algo temprano por lo que sólo una mesa estaba ocupada. No llegará a llenarse. Como mucho media
entrada: unas siete u ocho mesas. La noche era gélida al coincidir con una ola
de frío. En el interior del salón también había cierta sensación de frío, y
aunque esto va por gustos, para mi sería el único punto débil de la noche. El
aspecto del personal es cuidado y el trato
correcto y amable en todo momento. La carta es amplia y fundamentalmente
encontraremos platos y raciones de la cocina andaluza y especialidades
cordobesas. Nos decantamos por una ración de salmorejo, una fritura variada de
pescado y un plato de rabo de toro, este último una de las especialidades de la
casa. Hay que destacar muy positivamente los tiempos a la hora de servir los
platos: sin prisas ni pausas excesivas. Las raciones son muy abundantes, hasta
el punto que nos cuesta apurar el plato de rabo de toro. Tratándose de una cena
para una pareja, como fue el caso, quedas más que satisfecho. Deteniéndonos en
cada plato, cabe destacar que el salmorejo se servía acompañado de huevo duro y
jamón finamente picados, y sin el típico chorreón de aceite de oliva por
encima, lo cual agradezco. Esto también va por gustos, pero siempre he pensado
que el salmorejo ya incluye el suficiente y adecuado aceite de oliva en su
elaboración como para añadir más aún. Para mi gusto sólo se consigue obtener un
plato demasiado pesado. En cuanto a la fritura variada, muy bien servida en cantidad, destacando los
calamares de verdad, con sus patitas y todo (en muchos sitios abusan de anillas
de dudosa frescura y procedencia), la japuta en adobo y los boquerones. Ser
sirve con limón y con una mahonesa de leche para acompañar según preferencias.
Y por último, el rabo de toro acompañado con unos cascos de patata. Excelente
en cantidad y calidad. El sabor es muy bueno y la carne muy tierna. Esta se
desprende perfectamente: logramos desprender de una sola pieza la carne del
hueso en uno de los trozos. La salsita que queda es exquisita: para no dejar de
mojar pan en ella.
Sinceramente, con estos tres
platos no quedó hueco para postres. Bueno, muy de agradecer el detalle de la
casa que nos invitó a tomar dos chupitos de pacharán acompañados de un par de pestiños. No se como
pero lo hicimos, pero hubo hueco para los pestiños.
La cuenta ascendió a 44,40 euros,
incluyendo un par de tercios de cerveza y dos servicios de pan. Atendiendo a las
cantidades y calidad de los platos nos parece una adecuada relación calidad
precio.
Sin duda un lugar para repetir y
poco a poco ir degustando platos de su carta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario